Los sábados por la tarde normalmente mi madre salía de visita a ver a un tío que yo tenía en el hospital, entonces ella me dejaba en casa de unas amistades que tenía cerca de la Quinta Canaria, recuerdo las casas, en su mayoría de madera, que habían por la zona; habían algunas otras de mampostería pero eran las menos, frente a la casa donde yo me quedaba había una con una reja muy grande y un patio lleno de plantas, al fondo quedaba la casita, allí vivía una señora que arreglaba las uñas, la señora tenía un niño que se llamaba Fidelito, eran los primeros tiempos de la revolución y de repente los nombres de Fidel, Ernesto, Camilo y Raúl se hicieron muy comunes.
Era un barrio tranquilo y por esa calle apenas pasaban coches, las guaguas pasaban por la calle principal, así que los niños del barrio podían jugar tranquilamente en la calle. Muchas veces jugábamos al escondite y nos metíamos por debajo de la casa, era divertido.
En la casa donde yo me quedaba la señora vendía durofríos, así que la merienda consistía en durofrío, a veces había pudín de pan, Barbarita, así se llamaba la señora, hacía unos pudines buenísimos,como horno usaba una lata grande de aceite, y el pan se lo daba mi padre de lo que sobraba en la panadería, también tomábamos café "especial para los niños", era con las borras que quedaban después de hecho el café, así que era más bien agua pero a nosotros nos encantaba, le poníamos azúcar prieta y era lo mejor del mundo. Ahí me sentía feliz, eran niños que no iban a colegios pijos pero me enseñaron a jugar muchos juegos, ¡qué distinto de los recreos del colegio! allí el patio siempre estaba lleno de niñas que jugaban a distintas cosas, pero no podías correr ni subirte a ningún sitio.
Durante la semana procuraba portarme bien en casa, mi madre me decía que si no era así me quedaba sin ir a casa de Barbarita, así que yo hacía los deberes, estudiaba y procuraba no pelearme con mis hermanos. La perspectiva del día de fiesta bien valía un pequeño sacrificio.